Por falta de un clavo

Esta famosa leyenda se basa en la muerte del rey inglés Ricardo III, cuya derrota en la batalla de Bosworth en 1485, fue inmortalizada por el célebre verso de Shakespeare, “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”.

Ricardo III ocupaba el trono de Inglaterra. Era una época de inestabilidad y Ricardo había tenido que defender su corona en más de una ocasión; sin embargo, era un veterano militar con experiencia, un audaz y astuto guerrero que contaba con un ejército de aproximadamente 8.000 a 10.000 hombres.


Ese mismo año, Enrique Tudor, conde de Richmond, que pretendía apoderarse del trono inglés, retó y confrontó a Ricardo en un lugar que le dio su nombre a la batalla: el campo de Bosworth. Enrique, a diferencia de Ricardo, tenía poca experiencia en el combate y sus fuerzas ascendían a sólo 5.000 hombres. No obstante, tenía a su lado buenos asesores: hombres de la nobleza que habían tomado parte en batallas similares, incluso algunas contra Ricardo.


Llegó la mañana de la batalla y todo parecía indicar que Ricardo saldría victorioso.

Una famosa leyenda dramática resume los acontecimientos del 22 de agosto de 1485. Esa mañana, el rey Ricardo y sus hombres se prepararon para enfrentarse al ejército de Enrique. El que ganara la batalla sería el gobernante de Inglaterra. Poco antes de la batalla, Ricardo envió a un mozo de cuadra para ver si su caballo favorito estaba preparado.

– Ponle pronto las herraduras, dijo el palafrenero al herrero. El rey desea cabalgar al frente de sus tropas. – Tendrás que esperar, respondió el herrero. En estos días he herrado a todo el ejército del rey, y ahora debo conseguir más hierro. – No puedo esperar, gritó el palafrenero con impaciencia. Los enemigos del rey avanzan, y debemos enfrentarlos en el campo. Arréglate con lo que tengas.


El herrero puso manos a la obra. Con una barra de hierro hizo cuatro herraduras. Las martilló, moldeó y adaptó a los cascos del caballo. Luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta. – Necesito un par de clavos más, y me llevará un tiempo sacarlos de otro lado. – Te he dicho que no podemos esperar, replicó el impaciente palafrenero. Ya oigo las trompetas. ¿No te las puedes ingeniar con lo que tienes? – Puedo poner la herradura, pero no quedará tan firme como las otras. – ¿Aguantará?, preguntó el palafrenero. – Tal vez, pero no te puedo asegurar. – Pues clávala, exclamó el palafrenero. Y deprisa, o el rey Ricardo se enfadará con los dos.

Los ejércitos chocaron y Ricardo estaba en lo más fiero del combate. Cabalgaba de aquí para allá, alentando a sus hombres y luchando contra sus enemigos.


– ¡Adelante, adelante!, gritaba, lanzando sus tropas contra las líneas de Enrique.

A lo lejos, del otro lado del campo, vio que algunos de sus hombres retrocedían. Si otros los vieran, también se retirarían. Ricardo espoleó su caballo y galopó hacia la línea rota, ordenando a sus soldados que regresaran a la batalla.

Estaba en medio del campo cuando el caballo perdió una herradura. El caballo tropezó y rodó, y Ricardo cayó al suelo. Antes de que el rey pudiera tomar las riendas, el asustado animal se levantó y echó a correr. Ricardo miró en derredor. Vio que sus soldados daban media vuelta y huían, y las tropas de Enrique lo rodeaban. Agitó la espada en el aire. – ¡Un caballo! —gritó. ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!

Pero no había ningún caballo para él. Su ejército se había desbandado y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique se abalanzaron sobre él y la batalla terminó.

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Y desde esos tiempos, la gente dice: Por falta de un clavo se perdió una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de un caballo, se perdió una batalla, por haber perdido la batalla, se perdió un reino, y todo por falta de un clavo en una herradura.


Citado por William J. Bennett. El libro de las virtudes. Editorial Vergara.